viernes, 10 de septiembre de 2010

El 24 de diciembre de 2000 fue la última vez que vieron a Noralba

Con apenas 13 años, Noralba Camargo fue raptada y desaparecida en Cundinamarca en la Navidad de 2000. En los registros de la Fiscalía, este es el cuerpo número 1.000 exhumado, identificado y entregado a sus familiares.


Por Ivonne Rodríguez/Verdad Abierta

La Fiscalía llamó a los Camargo y le pidieron al viejo Pablo Antonio que se hiciera una prueba de ADN. Técnicos del CTI fueron al pueblo y le sacaron la sangre. Después compararon las muestras con las de los huesos encontrados en la fosa de La Magdalena, y en mayo pasado, un investigador le informó a Francy Camargo: “Las pruebas que le hicieron a su papá salieron positivas. Es su hermana Noralba”. La llamada del investigador le confirmaba a Francy que el ADN de don Pablo Antonio coincidía en un 99.9 por ciento compatible con los restos exhumados.

En la noche del lunes 30 de agosto, Pablo Antonio Camargo, un campesino de 65 años que vive en Quebradanegra, Cundinamarca, entró en silencio, acompañado por su hermano y su hija Francy de 35, a una sala de la Fiscalía en la carrera 30 con calle 13 en Bogotá. Ahí, sobre una mesa pequeña  estaba la caja de madera.

La fiscal que los recibió les dijo con rigor legal: “Están en su derecho de ver o no los restos”. 

Los tres se miraron y don Pablo pidió que abrieran la caja.

Una médica forense desdobló con cuidado las prendas que pertenecieron al cadáver que se había encontrado en una fosa común: la camisa blanca estampada con figuras azules,  el brasier marrón, las medias negras, los tenis sencillos y un jean que, con el paso de los años, se convirtió en un fibra que parece musgo. Todo había sido lavado y clasificado para su identificación.

Don Pablo reconoció la ropa de su hija Noralba Camargo, desaparecida cuando tenía 13 años, en víspera de la Navidad 2000.

“Cuéntenemos, cómo murió”, le pidió Francy a la fiscal, apenas sosteniendo el llanto. La funcionaria sacó un cráneo y con su dedo apuntó a un agujero ubicado en el hueso occipital. “¿O sea que le dispararon?”, corrobora la hermana mayor de la niña desaparecida. La forense sólo asintió.

“Pasaban y pasaban los meses y no sabíamos si era ella o no. Vivíamos esperando la llamada. Fue tormentoso”, dijo después Francy. 

Con dos puntillas la médica legista selló el osario de madera. En unos días se la hará llegar a la  familia Camargo para que pueda darle debida sepultura a Noralba. No es, sin embargo, el final de su historia. Aun les falta encontrar a otro hijo de don Pablo, también secuestrado y desaparecido.

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