La vida de Hilda Domicó Bailarín, una educadora indígena Embera Katio del Urabá antioqueño, parece partirse en dos en el año 1997. Hasta antes de esta fecha, vivía con su comunidad cerca Mutatá, después vive con el recuerdo del asesinato de su padre y de su hermano mayor. Hilda debió desplazarse a Medellín y se mantuvo oculta durante cinco años. Sin tierra, sin trabajo, sin familia.
Virgelina Chará es de Suárez, Cauca. Se vio obligada a un primer desplazamiento al ser declarada persona no grata por hacer denuncias sobre el impacto que generó la construcción de la represa de Salvajina, propiedad de la empresa de energía eléctrica del Pacífico, en territorio de población negra. Un segundo desplazamiento, tres años después, por ser testigo de la desaparición de un compañero. Un tercer desplazamiento por denunciar la presión que ejercieron grupos paramilitares para reclutar a sus hijos con el propósito de usarlos para exterminar negros de Buenaventura.
María Eugenia Zabala es una campesina de San Rafaelito, región del alto Sinú. Fue desplazada después de una masacre en su propia casa en la que asesinaron a varios familiares, entre ellos a su esposo y a su hijo de 17 años. Quemaron sus pertenencias. La dejaron con siete hijos y un embarazo de dos meses. Sin nada.
A María le tocó recoger los pedazos de la cabeza de su esposo y meterlos en un tazón para que el golero no se los comiera. Tuvo que enterrar con sus propias manos a sus muertos, porque la Policía le dijo que estaban ocupados enterrando muertos de otras masacres que se hicieron en la zona.
Las historias de estas tres mujeres son tan particulares como similares. Cada una con sus dinámicas propias, revela la historia de las mujeres colombianas en medio de un conflicto que no les ha dado tregua.
La manera como Hilda, Virgelina y María han resurgido de entre las cenizas, y los procesos comunitarios que han liderado a pesar del dolor, las hicieron merecedoras, como parte de la red global Mujeres de Paz en el Mundo, de ser nominadas en el 2005 para el premio Nobel de la Paz.
Sus testimonios se escucharon frente a un público perplejo en el Centro de Formación de la Cooperación Española de Cartagena, lugar donde se puede apreciar la exposición de Mil Mujeres de Paz, una mirada a los rostros de mujeres alrededor del mundo que comprometen sus vidas con los derechos, con la no violencia y la lucha contra el crimen organizado. Doce mujeres colombianas hacen parte de estos rostros y representan a muchas otras que no han podido siquiera detenerse a llorar por sus muertos.
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